Nanga Parbat, Montaña desnuda, llamada también Diamir, Rey de las montañas, fue de hecho la cumbre del destino de Reinhold Messner antes que la Montaña del Destino Alemán, como al expedicionario Karl Maria Herrligkoffer le gustaba denominarla para ensalzar el deber que él tenía de hollar su ápice por la ruta más difícil, aunque sea de manera subliminal, a través del trabajo de escaladores con convicciones nacionales y fe en las cuerdas fijas que aseguran kilómetros de un desnivel de vértigo.

Karl Maria invitó a los hermanos Reinhold y Gunther Messner a unirse al ideal de vencer a la tenebrosa vertiente Rupal, superando los más de cuatro mil metros de pared vertical que separaba el vacío de la vulgaridad terrena con la inconmensurable altitud alumbrada por Odín. Tener una imagen del tamaño monstruoso de la vía por la vertiente Rupal, que en su mayor parte la abrieron los hermanos Messner camino a la cima del Nanga, sería como colocar cuatro veces, una sobre otra, la cara norte del Obispo ecuatoriano (la cima más expuesta y exigente de los picos que conforman el circo volcánico del Altar) que tiene alrededor de mil metros de caída perpendicular.

Los jóvenes Reinhold y Gunther –de 25 y 23 años, respectivamente–, en el verano de 1970, arribaron del Tirol del Sur para incorporarse a la expedición de Herrligkoffer, venían con la etiqueta de superdotados para la escalada libre. Ellos encarnaban el símbolo de la autosuficiencia de “la bestia rubia” en los Alpes, aún no se habían contaminado con las ascensiones piramidales clásicas, las que proponían el ritual de plantar la bandera patria en la cima como máximo objetivo, donde no contaba el liderazgo individual sino únicamente los logros del conjunto, siendo la base del éxito de estas empresas monumentales la tracción animal de porteadores que trepan el circo humano a la altitud.

Reinhold gustaba apostar con los muchachos de su pueblo natal a que iba a subir tal cumbre, por cierta vía, en tantas horas, sin drogas vigorizantes ni dejar huella de pitones en la pared, ultraligero y apenas alimentándose durante el reto ascensionista. Imaginaba el pico de turno y luego pronosticaba el resultado, a semejanza de su ídolo Mohamed Ali, quien decía “en el quinto asalto lo voy a tumbar a Mike”; asimismo, Reinhold, sentenciaba: en diez horas hago la cara norte del Ogro.

Los hermanos Messner, a su corta edad, habían llenado una hoja de vida “hacia arriba” envidiable, eran ya veteranos de los Alpes que los capacitaba para soñar con los montes ochomil del Himalaya, siendo que a fuerza de buscar la conquista de lo inútil les llegó el reto más grande del himalayismo de entonces, hacer la inexpugnable vertiente Rupal del Nanga Parbat. De entrada sólo Reinhold fue invitado a participar en la expedición, pero más adelante un escalador canceló su participación en la misma y, ante el pedido de Herrligkoffer de que se le recomiende otro alpinista que sustituya al saliente, Reinhold le propuso incluir a Gunther. Ambos hermanos, tragándose el discurso del deber nacionalista de Herrligkoffer, a sabiendas de que éste no comulgaba con la espontaneidad del individuo para lograr sus propias metas fuera del objetivo colectivo, tuvieron que contemporizar con el “jefe”, no existía otra forma de ascender por lo más escarpado de la cara sur del Nanga Parbat, en un tiempo donde no se daban auspicios corporativos a una aventura personal por los Himalayas. La juvenil ambición de enfrentarse a la vertiente Rupal, la pared del miedo y la locura por antonomasia, hizo que se dieran al experimento de grupo, haciendo a un lado su verdadera vocación: escalar por sí y para sí en su montaña mágica.

Reinhold, graduado de Arquitecto, aunque todavía ganándose las habichuelas como profesor de matemáticas, cumplía con lo mínimo que le exigía la apariencia de estar uncido a la normalidad imperante. Sin embargo, ya había decidido que iba a dedicar el resto sus días a la exploración de lo ignoto dentro de sí y afuera en el mundo salvaje, liberándose de las ataduras que le impedían tomar posesión de su destino. No temer a la libertad individual de consciencia fue una fijación temprana en la voluntad de vivir de Reinhold, mientras que Gunther aún parecía conformarse a su futuro de empleado bancario. En esa proyección existencial diferente los encontró a los Messner el viaje al Rey de las montañas, donde el hermano mayor portó la voz cantante de los dos y tuvo acceso a discutir con el maduro líder de la expedición el rumbo de la ascensión al Nanga Parbat, ejerciendo suficiente influencia en las decisiones que tomaba éste. El “jefe”, a pesar que le irritaba mucho la tendencia de los Messner a hacer lo suyo, se dejó asesorar por Reinhold. No obstante guardó instintiva desconfianza hacia ellos dos, suponía bien que en los campamentos de altura corría el riesgo de que no se acaten sus planes por impracticables, y con ello convertirse en burla de los escaladores ya ajenos al deber de equipo que, allá abajo, en la calidez y abundancia del campo base montado a 3.600 msnm, la encarnaba el “jefe” (ya le sucedió antes con el desobediente Herman Bull, quien asaltó la cumbre del Nanga en solitario, vía el Collado y la Meseta de Plata, contraviniendo su orden de retirada de la montaña). La fobia que tenía el doctor Herrligkoffer a que los Messner tomen decisiones propias donde le estaba negado controlarlos, lo llevó a que al final los separe en sus funciones ascensionistas, haciendo lo posible para que al menos Gunther no haga la cima.

Cuando cundió el desaliento luego del primer intento de atacar la cumbre y se acababa el tiempo para ello, puesto que había que hacerlo antes de la temporada de los monzones, y todo indicaba que la retirada era la única opción en adelante, Reinhold convenció al “jefe” para que le dé un postrero chance a la ambición de completar la vertiente Rupal. De esto surgieron las decisiones que marcaron la suerte que corrieron los hermanos en la Montaña de la locura —como sacada del horror lovecraftiano— , todo lo que acaeció por encima del incomunicado campamento V (ubicado en una repisa sobre los 7000 msnm), fue una travesía en la zona de las parcas, y hollar el ápice fue una forma de estulticia. El error no enmendado de las bengalas, que protagonizó Karl Maria, dejaba en libertad al mayor de los Messner para intentar un ascenso a la cumbre en solitario. Kilómetros más abajo, desde el campo base de la expedición, se lanzó la señal roja que implicaba mal tiempo, habiendo lo contrario, o sea un ambiente meteorológico favorable a la ascensión de equipo. Así se desencadenó lo que Reinhold no esperaba de su hermano menor, que éste se rebele a su deber de equipar con cuerdas fijas el corredor de hielo para asegurarle el retorno por la misma ruta del ascenso. Gunther se negó a hacer ese trabajo extenuante, tal gasto inhumano de energía lo dejaba inhabilitado para cualquier intento de coronar el Nanga Parbat.

Reinhold partió rumbo a la cima a las dos de la mañana. Gunther abandonó la labor de cuerdas antes del alba, siguió la huella de su hermano realizando un esfuerzo supremo, cubriendo en cuatro horas seiscientos metros verticales le dio alcance a éste a pesar que le llevaba una ventaja muy difícil de igualar. La campana de la autodeterminación sonó para el joven resignado a su empleo en una casa bancaria y, revelándose contra la ecuanimidad que mostraba al lado del genio indomable de Reinhold, se fue él también a por la cumbre.

A las cinco de la tarde ambos posaron sus pies en la cumbre. ¿Alegría consciente?, ninguna. ¿Cómo se puede disfrutar de un sitio donde el mundo es un desierto empinado, un congelador convexo, y morir es la euforia de no sentir dolor ni apego a la existencia? Apenas había que sentarse y dejar que el dulce sueño blanco los acoja. La vida le es indiferente a un cuerpo anestesiado que ha empezado a morir. Y no puede ser de otra manera, estaban a más de ochomil metros de altitud ahogándose por la falta de oxígeno, portando un botellín de agua, media libra de cacahuates, una colcha térmica para enfrentar los cuarenta grados bajo cero de la noche. Fácil de imaginar para los guerreros del hielo polacos a la zaga del rinoceronte psicológico, Jurek Kukuczka, pero inimaginable para el urbanícola que reside en la constante primavera de los valles interandinos.

El anhelo de eternidad que reventó en Gunther, esas cuatro horas de ascenso forzado sobre una altitud demoniaca, lo incapacitaron para intentar un descenso por la misma ruta de ascenso que los hermanos abrieron para que la posteridad la llame vía Messner. Gunther acusa el tremendo esfuerzo que realizó al no resignarse a ser la sombra que Karl Maria quiso que fuese en “su expedición” al Nanga Parbat, de esto que le propone a Reinhold hacer la única salida lógica que les quedaba, es decir, bajar por la vertiente Diamir, siendo que su parte posterior, la Cuenca Bazin, se presentaba como un paseo de hadas en comparación al infernal declive de la vía Messner (no había otra alternativa de descenso, tal como lo corroboró en 2005 el escalador estadounidense Steve House, quien al estilo alpino, ¡en cinco días!, coronó el Nanga por otra variante de la vertiente Rupal).

Reinhold aún abrigaba esperanzas de que el espíritu de equipo de la expedición se hiciera presente, confiaba en que la cordada que subiría al día siguiente siguiendo sus huellas les proporcionaría ayuda, al menos una cuerda para descender rapelando por un paso extremo y dar con el corredor de hielo Merckl. Vivaquearon en la brecha al pie de la cima, mejor dicho se sentaron a alucinar dentro de los cuarenta grados bajo cero que trajo la noche interminable, sólo existiendo para mover sus manos y pies, evitando congelarse y dormir a la vez, perder del todo la conciencia era entregarse al abrazo de la muerte dulce. A la mañana siguiente, Reinhold, avistó al dúo que ascendía por la ruta que ellos les marcaron e intentó comunicarse con Félix Kuen, que se hallaba ochenta metros más abajo del paso impracticable donde él se encontraba solicitándole la cuerda que facilitaría el descenso de Gunther. El viento, la distancia entre ellos –insalvable a esas alturas– y, sobre todo, la imposibilidad de entenderse con otro cuando el cuerpo ha empezado a morir de agotamiento y por falta de oxígeno, hizo que dialogar con Kuen sea una pesadilla inolvidable. El dúo se fue tras la cumbre, y, Reinhold, aullando como un poseso, por fin se dio cuenta que nunca llegaría la ayuda de equipo. Habían desperdiciado un tiempo irrecuperable en bajar por donde ya Gunther lo señaló hace tantas horas.

El descenso fue liderado por Reinhold, abrir ruta hacia abajo era lo único que podía hacer para ayudarse a sí mismo y a su hermano. Lo hacía invocando el espíritu de pioneros como Mummery, desaparecido en la inmensidad de la Montaña desnuda. La fascinación por el montañismo de renuncia, hizo que antes de embarcarse a la expedición de Karl Maria, estudie a fondo la trayectoria de Mummery en la vertiente Diamir, y esto lo llevó a intuir la salida del laberinto. Lo de aquel hombre fue definitorio porque, allá en 1895, ascendió por vez primera la vertiente Diamir a dúo con el gurja, Ragobir, llegando a las puertas de la Cuenca Bazin, y lo consiguieron apenas calzando botas claveteadas, sin portar pitones para asegurar las cuerdas en la escalada o descender rapelando, llegando tan alto que hasta habrían vislumbrado el último tramo a la cumbre. Merced a la memoria que hizo de lo hecho por el desaparecido alpinista inglés, 105 años después, descendió por la ruta que éste abrió, hallando el paso entre la parte superior del espolón Mummery y la Cuenca Bazin, el que se podía superar sin el apoyo de cuerdas y más tecnología moderna de escalar.

Durante ciertos tramos de la travesía por el descomunal jeroglífico del Diamir, Reinhold, percibía que ya había hecho antes ese descenso kilométrico, y así se lo comunicaba a Gunther, quien fue adquiriendo confianza mental y arrestos físicos conforme la posibilidad de resolver el enigma de roca y hielo se imponía. Apenas contaron con una breve parada a medianoche en la parte superior del espolón Mummery, y el precario vivaque se suspendió con la luna alumbrando la oscuridad a la que ya estaban acostumbrados. En todo caso, apareció la certidumbre del tercer escalador que descendía a la par que Reinhold. ¿Quién era ese tercer escalador que bajaba a su costado en la claridad sublunar? Lo acolitaba el observador de sí mismo, su yo escindido se veía desde afuera y viceversa, dándose mutuamente ánimo. Con el advenimiento del nuevo día, la conciencia de apurar el paso para no ser víctimas de las avalanchas que provoca la solana, y ya encontrándose sobre un terreno fácil de cubrirlo, hizo que Reinhold cada vez se alejara más de su hermano, sin darse cuenta de lo rápido que podía ser ante la lentitud que acusaba el otro. Fuera del entresijo de las torres de hielo pendiendo sobre su exhausta humanidad, emergiendo triunfal de los mayores peligros del descenso, al pie de la pared ya podía escuchar la música del agua donada por los glaciares deshelándose, mientras el cálido ambiente mañanero se henchía con el perfume de los valles floridos que presentía en lontananza. Por fin se detuvo a esperar al rezagado y a procurar calmar la sed abrazadora de su cuerpo, junto al manantial, adormilado, escuchaba los pasos de Gunther aproximándose a él, la voz de éste llamándole le indicaba su cercanía. Pasó el tiempo corriendo entre las aguas turquesas, y de repente le sobrevino la certeza de que Gunther no iba a llegar al lugar, premonición que al cabo se cumplió.

Reinhold buscó alrededor de dos días al pie de la vertiente Diamir, sólo había hallado la huella fresca de un alud por donde podría haber pasado Gunther, su corazón se negaba a creer lo que su mente le mostraba: el cuerpo inerte de su hermano yacía sepultado bajo toneladas de hielo. Lo demás fue el trabajo del instinto de conservación, su carne moribunda echó mano a esa dosis extra de poder que es propia del genoma Messner. Reinhold se arrastró hasta el pequeño valle donde fue encontrado por los pastores con los que inició el largo y penoso traslado de su funda biodegradable al hospital de Innsbruck, siendo que su alma se quedó con el Rey de las montañas, rastreando al amigo, hermano y dúo de la cordada irrepetible. ¿Dónde dejaste a Gunther?, fue el reclamo que le hizo la sociedad personificada en la autoridad paterna.

Treinta y cinco años después (la montaña que se llevó varios dedos de los pies del superdotado escalador por libre para que se dedique al aburridor pero comercial y harto bien remunerado propósito de ser la súper-estrella que hizo por primera vez la cumbre de los catorce ocho-miles, sin oxigeno artificial), la montaña a la que Reinhold regresaba en una suerte de peregrinación, a conversar con el espíritu de Gunther, finalmente le entregó la prueba física de que nunca abandonó al hermano menor a su cuidado. Esto último a cuenta del retiro de los glaciares de la vertiente Diamir y en general de las estribaciones menores del Nanga Parbat, desliéndose por el recalentamiento global.