Pingüinos tropicales de Galápagos en Isla Isabela

 

No es difícil avistar pingüinos tropicales de Galápagos, Spheniscus mendiculus, alrededor del muelle de  carga y pasajeros de la bahía de Puerto Villamil, isla Isabela, aunque sea uno que otro nadando en las aguas apaciguadas por el cerco de manglares de avanzada. Si se quiere ver asociaciones de tres o cuatro pingüinos hay que tomar el circuito de bahía en lancha y dirigirse hacia a la barrera rocosa Tintoreras, la que viene adornada de manglares formando un filo verde que da color y vida a las tranquilas aguas de esta zona que también tiene bucólicas lagunas en el sitio  denominado Concha y Perla. Lo cierto es que tener un contacto próximo y distendido con los pequeños pingüinos (de 45 a 50 centímetros de estatura) caminando sin apuros, en la superficie de la orilla rocosa del sector sur asequible a pie de Isabela, era más un deseo que una realidad tangible.  Un encuentro cercano, en seco, con estas aves singulares no venía a la mano por la rapidez de saetas o torpedos acuáticos, literalmente vuelan sumergidos en el océano.

Los pingüinos tropicales de Galápagos apenas suman dos mil individuos (máximo estimable), siendo la población endémica más escasa de este tipo de aves en el planeta, lo que hace palpable el peligro de extinción que los amenaza.

Desde que me enteré que en el pasado se veían pingüinos en la extensa playa de Puerto Villamil que llega a la garita de entrada al Parque Nacional Galápagos (PNG ), y en la propia orilla rocosa del sureste de Isla Isabela, ambicionaba que podría encontrarlos por mí mismo en  alguna caminata de las tantas que hecho por las caletas de acá, y digo hallarlos parados en una roca plana al filo del mar, donde poder capturar imágenes saludables para el alma, sí que pedía mucho y tuve que esperar al cuarto viaje a la isla para que ese escenario soñado surja de repente y se concrete ante mis ojos atentos. Fue una mañana insospechada porque topé a una pareja de turistas caucásicos que me hablaron bajo como si estuvieran develando un secreto. Me dijeron con emoción que habían visto pingüinos “allá”, flotando en el agua mansa de la costa rocosa.  Yo creía que corregía su aseveración al replicar que se debía tratar únicamente de piqueros patas azules, ya que contestaron que sí que los habían observado por doquier.  Al cabo fui “allá”, iba a comprobar el error de las gentiles personas que me abordaron confundiendo pingüinos con patas azules, imaginaba que en el agua y a cierta distancia pueden ser aves parecidas por su tamaño, por fortuna el que tergiversó el mensaje fui yo. De entrada vi que habían piqueros flotando en el agua quieta y metálica por la garua ida, pero cambió el panorama cuando los piqueros alzaron vuelo a las rocas dentadas de su numerosa colonia. Afinando la vista asomó un grupo de aves que dejándose llevar por la corriente flotaban a la izquierda aproximándose a las planchas de lava negra petrificadas en el tiempo, sin duda eran pingüinos.  Ganando segundos me interné en la orilla rocosa en la dirección que a lo mejor escogían para saltar del agua a suelo firme. Fueron emergiendo de la caleta de paisaje metálico por el efecto de nubes volanderas plomizas, se estacionaron en una plancha porosa para acicalarse quedando a feliz golpe de ojos del sujeto de la experiencia que hizo del instante con los nueve pingüinos tropicales una pintura salvaje indeleble.