PATILLOS

 

El patillo de Galápagos, Anas bahamensis galapagensis, ha sido capturado en imágenes por diferentes islas y sitios geográficos, son instantáneas que han quedado como referencia de un espacio/tiempo recobrable. Los patillos volverán a las alturas tropicales de la laguna de sistema cerrado de agua dulce El Junco (Isla San Cristóbal), a las charcas salinas contiguas a Puerto Villamil (Isla Isabela), o a la cocha escondida tras la playita primordial de La Montura (Isla Floreana).  Tengo en cuerpo-mente las direcciones ecológicas donde toparme con el patillo galapagueño, a veces falta a la cita en un punto dado pero compensa su ausencia asomando de improviso en una charca de temporada invernal que desconocía porque había pasado desapercibida en época seca, las lluvias devuelven lagunas borradas del mapa. Dentro de mi experiencia galapagensis, la mayor concentración de estas pintorescas aves, yace en la gran cocha de tierras altas de Isla Santa Cruz, allá en Laguna Verde que es parte de la Reserva de Tortugas Gigantes El Chato.

Laguna Verde, en época de abundancia, también acoge a tortugas y fragatas y, la visión de estas tres especies juntas beneficiándose de un mismo hábitat, vendría a ser escenario digno de las pinturitas del naturalismo poético, de los siglos XVIII y XIX, del botánico estadounidense William Bartram. Aquí 15 fotos de visitas a Laguna Verde, la cocha grande de El Chato, en época lluviosa pero no de inundación –que es cuando los miradores conocidos se hallan anegados y desaparece la orilla seca.

Contemplar a discreción la fauna y flora de las Islas Galápagos, suscita asombro y agradecido recogimiento, no es un acontecimiento fugaz sino que retorna remozado cada vez en los parajes de cosecha del instante. Y esto de capturar imágenes, en hábitats de especímenes nativos o con la estrella de ser endémicos, valiéndose de los reflejos del angular humano y coadyuvando el lente de la cámara viajera, trae consecuencias saludables al vividor –recuperando la primera y noble acepción de la palabra, la del ser que vive mucho en los aromas del tiempo. Preservar lo salvaje en la memoria mágica del caminante, es lograr instantáneas para repartir con generosidad entre los entes del ciberespacio con los que me entiendo y acomodo; al cabo, para cada quien hay lo suyo.

Silencio ancestral, frescura sombreada, sudoroso bosque de scalesia, senderito que serpentea batiendo barro de garua. De repente, la ventana de agosto húmedo y lechoso, se abre a la porción de laguna parda inundada. No es la temporada seca, veraniega, que regala playitas de ciénaga al sol a bañistas Tortugas del Oeste. La única entrada posible sin hundirse en el pantano se dio atendiendo el llamado de patillos que pronto reflejaron su garbo acuático en ojos hechizados. Dos tortugas gigantes reposaban en estrecho cuadro de yerbas rastreras, entre juncos y el retazo de cocha salobre mecida por aires benignos y la estela de patillos yendo y viniendo. El instante ha sido capturado en instantáneas, el momento se fue alejando por la salida airosa que asomó para reemplazar a la trocha de barro.