Playa Mansa y Brava

 

A dos kilómetros y medio, desde la caseta del Parque Nacional Galápagos, nos encontramos aprovechando la fresca matinal, alucinando con Bahía Tortuga. Aquí se llega siguiendo cantarino, y a ratos sombreado, sendero de adoquín flanqueado por bordes de roca volcánica; apenas se abre la brecha artificial justa para que el caminante entre en el bosque seco, aparecen árboles endémicos como el palo-santo, el manzanillo de ramas artríticas o el cactus gigante emblemático de Galápagos, opuntia. Las yerbas rastreras y vegetación leñosa de los costados del sendero acaban cubriendo el piso rocoso que esconde grietas que harían difícil y riesgoso una travesía por libre en la espesura.

Saliendo del túnel selvático que obsequia al caminante música de pinzones y cucuves, viene el sencillo esplendor de una bahía a la que uno no se acostumbra, es decir, soy sujeto de asombro cada vez que piso Playa Brava hundiéndome en blanca arena harinosa, volando en sus lejanías casi prístinas,  aspirando aire libre de infraestructura de masas, de algún modo perdiéndome de la matrix Homo sapiens, modelo siglo XXI, Acá no voy entretenido a muerte (Amused to death, como reza la canción que da nombre al álbum del ex Pink Floyd, Roger Waters), voy sembrando mañanas de descubrimiento. Bahía Tortuga es parte del paisaje, flora y fauna de las Islas Encantadas que tiene a mano el sujeto de la experiencia.

Cualquier día entre semana es bueno para ir a Bahía Tortuga, a caminar  acompañándose de reflexiones, y estar atento a los sonidos y aromas del tiempo fuera de la estridente modernidad Homo sapiens. Hay que madrugar si se trata de capturar el instante, y no huir de él como cualesquier curioso de supermercado que salta de una vitrina a otra. Los paseantes que se pierden de aprehender los rugidos y los silencios de la madre primordial por ir en charla tirada, o saturando sus oídos de ruidos prefabricados, no sabrán del maná que desperdiciaron.

El cambio de tercio de Playa Brava a Playa Mansa viene a ser como salir de la galaxia de Ludwig van Beethoven, y entrar a la galaxia de Juan Sebastián Bach, dejar el estremecimiento de las cuerdas del universo que provoca el segundo movimiento de la Novena para sumergirte en la música alada terrenal de Aire. Al otro extremo de Bahía Tortuga, se queda el rugido de las olas y el viento en popa que sirve a los surfistas locales. Se ingresa al hábitat de iguanas marinas tostándose al sol entre playitas y orillas rocosas, siendo el preámbulo de la quieta concha de rebosante agua turquesa y celeste, o plomiza y vacía dependiendo de las mareas, pero de corrido festonada por bosque de cactus opuntia y el precioso ecosistema que encierran los manglares de avanzada.

El contemplativo halla las huecas propicias para minimizar inevitable ruido que, grupos de turistas parlantes, puede montar en la concha acústica que forma la laguna. Esta no llega a la masificación de bañistas gracias a la ausencia de infraestructura turística, ya que la mayoría de visitantes anda los 6.5 kilómetros (ida y vuelta a la caseta del Parque Nacional), los menos arriban y/o retornan en lancha de alquiler. Estando aquí, depende de cada quien alimentar su mente y cuerpo con los melodiosos escenarios brotando de la fragilidad, pues, la fauna y flora endémica de Galápagos sobrevive en medio del peligro de extinción, provocado por fenómenos como “El Niño” y las plagas introducidas con el ser humano.


CÁMARA NIKON D80 – LENTE 18 -135 / PRIMER VIAJE A ISLA SANTA CRUZ DEL 5 DE MAYO AL 5 DE JUNIO DE 2015