¿Qué veo y oigo?, es el angelote borrachón de la mueca inolvidable que, subido en rústica tarima de orador por libre, luce gigantesco, rara avis, debe ser el efecto sutil de sus alas tricolor que se pliegan y despliegan como un acordeón al son de las emociones del músico anunciando la recitación del poema intitulado Mezcalito. Ahí va, Mezcalito, dice aclarando su voz grave. Y un eco me susurra al oído ahí va para Tichya, Mezcalito.

 

¡Perfectamente borracho!,
enhiesto en mitad de la algarabía;
su porte regio resalta como Athena
escrutando el mar de la Antigüedad.

Charros zapatean con el mariachi,
en la plaza mayor es tiempo de muertos.
El Cónsul acaricia la iluminación,
tan cerca de su par Dionisio,
tan lejos de la sobriedad de una lápida.

Con el crepúsculo, calaveras sonrientes,
se retuercen en el festín de los ávidos;
¡salud, Mezcalito!, aúllan en su rededor
admirando esa figura de héroe epónimo,
que, a su vez, desde su atalaya, admira
al nevado volcán a escalar perpetuamente.

Es su propia celebración de difuntos,
la herida de mujer cicatrizó en el pecho;
su corazón es ahora un vasallo de Eros,
ama por amar a la vida entera bullendo
en las pequeñas felicidades de su día,
ya interminable, a partir de los balazos
que le infirieron en el portal del Farolito.

¡Perfectamente borracho!,
bajo el volcán.

 

Acabando su homenaje a Mezcalito, el angelote borrachón, desplegando al máximo sus alas tricolores como si fuese un abrazo en levitación se despidió de Tichya, la espectadora. Pasé de fijarme cómo desaparecía o si se quedaba congelado en el tronco de orador; acá, la tentación de mirar atrás está de vacaciones, dejo para impensado futuro el rumiar lo que supero y sigo deambulando a gusto porque he capturado imágenes del acontecimiento antes de que sea pasto del olvido. Comprendo que el angelote borrachón es un protagonista de la ínsula y Tichya se limita a ser testigo de privilegio, y la comparsa la encarnaron esos impávidos y a la vez empáticos transeúntes disfrazados de calaveras vivientes. Pongo la mente en asimilar y dejar fluir el instante sin resetear el monólogo androide de Tichya, resetear es el olvido total del instante mientras que asimilar es superar el acontecimiento que se aleja en corriente arroyo freático, es como refrescar el gusto echando al gaznate largos e intermitentes tragos de sorbete de apio de frío moderado, una exquisitez en la sequedad ambiental a la intemperie. Surte efecto, he limpiado los sentidos preparando a Tichya para el clímax del portento que intuyo inminente.

Abro los ojos y la figura impecable del Cónsul Firmin surge al mediodía deslumbrante  del portal en tiniebla de Bodeguita Doña Gregorio. Hasta pronto, Doña Gregorio, dice Mezcalito con leve inclinación de cabeza y tocándose la punta del sombrero de Jipijapa. Encarando la canícula posmeridiano se detiene como contemplando el infinito y más allá aún, viene tal cual es en la mente de Tichya: fornido, estirado, elegante. ¿Estará perfectamente borracho?, conforme a la poesía que recitó el angelote borrachón, así radiante e inmóvil, inmune a cualquier ataque artero.  En todo caso, he aquí Mezcalito en apogeo a la vista.

La imagen estática de la perfección alcoholizada del Cónsul Firmin se diluye apenas se echa a andar para enfrentar singular y desigual batalla. De traje blanco de seda y sombrero kaki de paja toquilla de ala ancha, camisa celeste cuello chino. Qué veo, o más bien de repente veo que el Cónsul Firmin viene escoltado por el angelote borrachón del mural y por su ser desdoblado en el poeta recitador, no lo empujan ni siquiera lo tocan pero es como si lo hicieran, siento que lo aprietan como si lo condujeran al cadalso, y Mezcalito se deja guiar a un objetivo predeterminado que no se refleja en los ojos de Tichya todavía.

Mezcalito reacciona, camina desgarbado entre carcajadas nerviosas que le provoca la energía picante de los dos angelotes borrachones que lo escoltan. Les doy calderilla pero dejen de hacerme cosquillas, dice Mezcalito y en efecto repartió la calderilla que brotó del bolsillo interno inferior de su chaqueta. Ya sé reflejó en los ojos de Tichya la Máquina Infernal que aguarda a su víctima. El Cónsul Firmin solito, pudiendo mandar a pastar chivos a sus escoltas y zafarse del asedio, se mete de lleno en la Máquina Infernal y se encierra y se amarra a ella en una acción irremediable. Maldita sea, la Máquina Infernal,  llena los ojos de Tichya con su nitidez y la petrifica de espanto, es una tortura que Tichya ni sobria ni fumada abordaría a voluntad. Oye Tichya, tal engendro mecánico está bien para el entrenamiento de astronautas. Sí, no es ninguna diversión sufrir a la Máquina Infernal, pero la arremetida psíquica de los angelotes borrachones fue preponderante. Y la risa que la sacude es inevitable porque la escena es cómica a tope y más allá de la desgracia posterior de Mezcalito la carcajada loca de Tichya redunda y se desparrama a trochemoche.

Solo sé que paré de reír cuando la Máquina Infernal empezó a funcionar y escuché los pedidos de auxilio del Cónsul Firmin, ¿cuántas veces bajo de cabeza desafiando la gravedad?, no sé pero fue una eternidad. La Máquina Infernal, ¿cómo describirla si es una imagen imborrable con los alaridos de Mezcalito adentro, sufriéndola?

Por fin, el acontecimiento de Mezcalito atropellado por la Máquina Infernal, cesó. Lo veo sacudirse como un gato que quiere deshacerse de las caricias que no solicitó, lo veo alejarse aturdido con rumbo fijo a la desgracia que vendrá al anochecer en El Farolito, lo veo yendo al encuentro de la estúpida manera de morir baleado en Parian. Qué estúpida manera de morir, fueron sus últimas palabras en el barranco al que fue arrojado por no tener a mano el pasaporte que perdió sin saberlo en la Máquina Infernal. Tichya, ya puedes retirarte con tu monólogo androide a vivir el Día de Muertos en Quauhnáhuac, acabas de ser espectadora del hecho que propició el crimen de El Farolito, presenciaste el punto de inflexión  de Mezcalito. Y Tichya va de salida de la ínsula siguiendo el perifoneo de afuera anunciando el combate de boxeo estelar: El Redondillo versus El Cuadrado, en Arena Tomalín.