Soy Tichya. Me saluda la figura distinguida, vistosa, amable, de una persona que sobresale de los espontáneos transeúntes del mundo que Tichya percibe con intensidad. La persona transeúnte me llega esbozando la sonrisa contemporizadora de “te reconocí” y emite un sonoro buenos días y Tichya contestó inmediatamente con otro alegre buenos días como acto reflejo de cortesía mutua entre viajantes. Tengo claro que no la hubiese reconocido como viajante entre los transeúntes espontáneos sino es por su franco abordaje callejero. Esto de saludar vocalizando, fuerte y nítido, a otro viajante está sujeto a la personalidad del ser en tránsito por su mundo actualizado y en borrador. Tichya no es de saludar vocalizando sino de reconocer en silencio con el lenguaje corporal inherente a la ineludible sorpresa y fascinación que provoca el acontecimiento de coincidir con otro viajante en su propio viaje. Dado el caso Tichya es correspondida sin necesidad de promediar palabra alguna hacia afuera. Igual asombro suscita casa adentro el ser reconocido por alguien que uno no ubica como sucedió con la persona del sonoro buenos días. Ese viajante sí lo hizo con Tichya evocando por su cuenta una salida al mundo donde asumo me observó y grabó mi figura sin que yo hiciese lo mismo con su figura. Así pasa en la lógica del absurdo del recuerdo de cada quien, se dispara la memoria visual de acuerdo a la persona y sus fijaciones a futuro y sobre la marcha se hace alguien transeúnte un rostro memorable, lo demás es parte de la imprescindible comparsa callejera. 

A diferencia de la fallida memoria de la figura femenina que se metió en el  mercadillo El Souvenir, sí reconozco en un pestañeo y sin promediar saludo alguno al señor de grandes bigotes pelirrojos que aguarda a tomar esta cosa llamada “bus gusano” en la banca sombreada por un toldo añil desgastándose en la inclemente intemperie de isla tórrida tropical sometida al sol y las aguas de marzo.  La persona de los bigotazos también me reconoce aunque mostrando la misma impavidez que yo proyecto en él. Un detalle insoslayable que capturó mi atención es que él lleva una vestimenta veraniega liviana y de secado rápido impecable, no venía enfundado en el grasiento overol con la marca de técnico de mantenimiento de la planta eléctrica de la menuda isla en la que estuve hace poco y coincidimos a la hora de la merienda en el sitio a la mano para comer sabroso y abundante, a lo bestia humana solitaria, cada cual metido en la mesa individual de hambriento viajante devorando el plato principal del momento, el plato fuerte aleatorio que constituye nuestro menú diurno y nocturno. Lo cierto, Tichya, es que a donde fueres a tragar en nuestro mundo de archipiélago actualizado y en borrador, el plato único del menú es delicioso e irrepetible al gusto. 

La figura de los bigotes tupidos, pelirrojos, enmascarando la boca viene ubicado en la memoria visual reciente, fresquita, de la isla vecina parte del archipiélago tropical (el que me precio de visitar incansable en la cotidianidad del sujeto de la experiencia que inventa la mañana mudándose sobre la marcha), se subió al bus gusano que le correspondía en su ambición de hacer su propia historia de viajante. Tichya abordó su bus gusano respectivo y partió en pos del deporte filosófico: ese tiempo en el espacio de las delicias naturales contrastando con la muestra, que es en sí la urbe del puerto, de civilización de la alcantarilla y la basura sintética del hombre arrojado a la ficción de libre consumista. ¿Cuánto de la memoria histórica de la última humanidad Tichya acarreó de lo que de esa antigüedad personalizada le transmitió Tilda?: todo, es decir todo lo que nutre de Tilda para ser viajante actualizado y en borrador. La memoria vital de Tilda nos tiene ascendiendo a tierras altas de la isla más poblada de transeúntes del archipiélago. Voy rodando retrepado en el aparato que traquetea en la vía plagada de baches que desfiguran el asfalto pero no los cuadros paisajísticos de lejanías de orilla rocosa en las que sobresale la silueta de la isla que abandoné ayer.

 Los pasajeros que encarnan la comparsa transeúnte, son campesinos que aportan con el cuadro familiar pintoresco de tierras altas, se van apeando del folclórico aparato contentos y embebidos en saludable conversación, cada familia de a tres miembros (dos adultos y un infante) carga sendos bultos de compras de comestibles que hicieron en el mercado municipal de la urbe del puerto. Tichya, observa que faltan a la vista caseríos de barrios rurales, ni siquiera hay casas sueltas de fincas agrícolas, es decir tampoco hay trazos de agricultura o cosa similar a la ganadería. A las distintas familias los aguardan distintos senderos internándose en el bosque de Scalesia cordata, caminitos rústicos de cascajo pero limpios y apisonados que se pierden en la cortedad del primer recodo a vista. El bus gusano que se echó a rodar a medio llenar desde el puerto, continúa vaciándose mientras se acerca a ineludible destino lluvioso, empezó a llover en la parte alta de la isla y Tichya presiente que esto va a degenerar en chaparrones que frustren la caminata más soleada que húmeda que deseaba para hoy, mejor dicho la salida en seco y despejada se cayó. Las imágenes de charca de algas púrpuras como una alfombra acuática abierta por la estela de patillos de cola pintada tricolor se esfumó en la mente; el sendero dibujado de tortugas gigantes del este y Tichya serpenteando en el bosque de guayabillos de ramas artríticas como perfumadas se desvaneció. El viajante no puede controlar la meteorología isleña y llega el instante de decidir si se quita del bus gusano y sufre una mañana inapetente o da media vuelta de regreso al punto de partida que si bien se mostraba parcialmente soleado o parcialmente nublado, ofrecerá una mañana más placentera que la que pinta acá arriba. 

Tichya, pasó de complicarse y decidió hacer la ida y vuelta de una sola vez cuando los últimos pasajeros comparsa descendieron parsimoniosos del bus gusano. El aparato se vacío justo en el redondel de circunvalación que sin duda marcaba el regreso. Así fue, Tichya está de regreso en renovada soledad, y el bus gusano se transformó en bus bala deslizándose libre de obstáculos como un surfista en el túnel de una ola celeste divina. No hubo paisajes ni traqueteos de bus gusano en acción primordial, en un santiamén el bus bala descendió a la parada de la calle del mercadillo El Souvenir. Tichya se alejó del trajín del centro del puerto, y sin dudar se metió en la  primera salida a la derecha y lo llamó porque sí Callejón del Lagartijo, apenas caminar veinte metros y se perdió el rumor callejero, y fue disfrutar del sendero largo y estrecho, hecho de lajas color miel asimétricas empatadas como si fuesen una sola plancha de piedra corrugada, flanqueado por muros bajos de lava petrificada que no muros de calleja diseñada para viviendas de barrio recoleto. De hecho, el bosque seco, entró en los sentidos de Tichya con recogimiento de mañana que acá abajo, a nivel del mar, estaba plomiza y con amenaza de lluvia. Venga lo que venga: acertaste Tichya. Empezó a llover suave y sostenido y los lagartos se han refugiado en las guaridas subterráneas de piso volcánico. Deja afuera tu bulla y escucha el latido del bosque seco. Dice Tichya, abrazando la oscuridad y el canto de ruiseñores del estrecho sendero que combina rectas con túneles arbóreos curvilíneos.

La ilusión de una aventura en seco a nivel del mar no iba más, las aguas de marzo no admitieron microclimas en la isla entera, el latido cantarino del bosque fue poseído por atronador diluvio que opacó la vista y dio lugar a charcos ineludibles y, al cabo, Tichya, fue metiéndose de lleno en el medio ambiente húmedo, si estás estilando únete al momento, pisa fuerte en los charcos, chapotea y aúlla de felicidad.

Parecía que la travesía del bosque seco era interminable y más todavía al son de la tormenta eléctrica que inició con estrépito. De repente el sendero asciende por un arco de piedra negra y bajando desemboca en una caleta de playita nivelada en bajamar. Tichya, siente la arena fina y suave bajo las sandalias y cree que se ha topado con una caleta que visiona paradisiaca  si fuese una mañana transparente de iguanas marinas beneficiándose de mullida arena cremosa. Lo que tiene es la acuarela fuerte de un horizonte copado por lluvia cruzada sumándose a la tormenta eléctrica; tiene el sonido hipnótico de la masa oceánica lamiendo la orilla. Tichya, se mimetiza con la tempestad, es el agua que chorrea por la visera de gorra gris cubre cuello.