Floreana a la distancia

Hospedarse en Puerto Ayora es pretexto para hacer sendas caminatas a Bahía Tortuga, aprovechando la mañana temprana. Si uno cae a Playa Brava con marea baja, luce majestuosa; su anchura la hace más grande y gana en extensión visual de cabo a rabo entre las prominentes plataformas grises rocosas que son sus límites naturales. Otra cantar es la menuda Playa Mansa, remanso escondido tras la arremetida oceánica contra la orilla azabache de lava petrificada alternando con joviales barreras de mangle. Playa Mansa, en  apogeo de bajamar se muestra cual charca salina inapetente, acotada por nervudos manglares clavando sus raíces aéreas en el fango y cúmulos de piedra volcánica que cuando sube la marea forman trampolines a la piscina con aires de concha acústica, pues, cincuenta personas reunidas ahí podrían provocar ruido espantable. Cuando acá llegan turistas novatos y se topan con la cara indeseable de Playa Mansa, no salen de su asombro por no encontrarse con el paisaje acuático paradisíaco que sus mentes copiaron de imágenes colgadas en el ciberespacio… ¿usted sabe dónde está Playa Mansa? Sí, vuelva acá cuando suba la marea y verá lo que quiere ver.  (more…)

Cerro Crocker

Siguiendo cierta intuición mañanera validada después de horas como un logro en el tiempo del sujeto del descubrimiento galapagueño, me bajé del autobús en el kilómetro once de la autovía al Canal de Itabaca, entre Bellavista y Santa Rosa, como referencia visual hallé en el letrero apostado al otro lado de la carretera que estaba a la altura de Rancho Fortiz. Ya sé por mis píes que desde ese punto al caserío de Santa Rosa promedian tantos kilómetros y al pueblito de Bellavista otros tantos kilómetros. Estaba de regreso a Bellavista por la ciclovía de cara al este de la isla, para el recuerdo y foto del trayecto queda el avistamiento de una tortuga gigante juvenil que, en la entrada rustica que conducía a inconclusa construcción de una casa tomada por la maleza, se hallaba forrajeando indiferente al tráfico vehicular de la autovía que constituye una barrera a la libre circulación de los quelonios dividiendo en dos partes la isla (este y oeste). Aunque el peligro de muerte que conlleva cruzar el asfalto es un detente instintivo para los galápagos, de vez en cuando se dan atropellos que generan fuertes multas y restricciones al conductor que es identificado como infractor.             

La sorpresa en Bellavista vino con el suculento desayuno dominical: dos tazas de café de cosecha local, tostado y molido en las fincas de tierras altas de la isla; empanada de viento con queso; tortilla de huevos de gallinas camperas y guarnición de arroz macareño… Me decía he ahí la intuición que me hizo descender del autobús al humeante asfalto a la altura de Rancho Fortiz, dado que la fiesta gastronómica es una costumbre  dominguera en Bellavista. Pero, la cosa recién empezaba, la degustación de delicias locales fue abreboca de la mañana, lo que arribó sobre la marcha vino a ser el verdadero condumio del día, surgió  inesperado senderismo al cerro Crocker, ascendiendo a su cumbre (860 msnm), siendo la mayor elevación de isla Santa Cruz y por ende el balcón ideal para cubrir con la vista la isla. (more…)

Caída a Los Gemelos

Parado en la autovía rápida que va de Puerto Ayora al Canal de Itabaca, empezando la recta  más allá de la curva de la parroquia de Bellavista, aguardaba en ese estado de gracia que trae relajamiento antes de aplicar tensión interna y fuerza de movimiento cuando se ofrece algún taxi compartido o un autobús de línea a ayudar al sujeto del descubrimiento a que haga su mañana galapagueña. No era complicado pedir un aventón a Santa Rosa y de allí concretar en algo o mucho la idea de seguir la carretera secundaria que conduce a la comunidad Salasaca.  Apenas tardó minutos en resolverse la situación, un autobús lujoso abrió su acceso anterior y subí saludando en alta voz al conductor y por inercia a los demás pasajeros que eran contados por los dedos de una mano y, para no romper el encanto, pasando de preguntar a dónde se dirigía el transporte atípico puesto que no era público sino más bien de alguna empresa especializada en servicios turísticos. En modo descubrimiento se toma sin chistar lo que viene bien de improviso, de hecho fue agradable arrellanarse en el cómodo asiento de la primera fila desocupada junto a la puerta mientras en las filas de atrás alojaban a cuatro o cinco pasajeros dispersos, incluido el guía con la insignia del Parque Nacional Galápagos. Cuando el transporte llegó al acceso a Santa Rosa y continuó raudo por la autovía principal sin detenerse no hice nada para bajarme, si con antelación no actué tampoco lo iba a hacer al apuro, a destiempo. No cabía duda que el autobús iba rumbo al Canal de Itabaca y la oportunidad de cambiar el itinerario previsto para sudar la mañana fue bienvenida sobre la marcha. (more…)

Salida triste de Floreana

Tras corto alojamiento de cinco días en isla Floreana el retorno a isla Santa Cruz fue triste, debido a que no quise admitir que el dolor del talón y pie derecho iba a peor en detrimento de futuros descubrimientos en lo salvaje asequible al caminante por libre que soy. Almorzando sabroso donde Oasis de la Baronesa, aprovechando que había un grupo de turistas del día o sea de aquellos que por añadir en sus bitácoras un recurso turístico de oportunidad cometen el error de ojear al apuro una isla encantada que no se da bien por horas. Groso modo, haciendo cuentas, cuatro horas se pasan en la lancha de ida y vuelta a Santa Cruz y cuatro horas “conociendo” Floreana, haciendo turismo sonámbulo, con el añadido que para las personas que se marean cursando el piélago galapagueño esto acaba en tormento memorable en vez de una aventura memorable.  Me colé en el establecimiento de comidas de doña Emperatriz porque la coyuntura fue favorable sobre la marcha, mis futuros compañeros de traslado interislas en lancha rápida estaban disponiéndose a almorzar ahí, dado que  si no hay un mínimo de clientes que han reservado con antelación el menú turístico acá cualquier restaurante no abre sus puertas al transeúnte, entendible porque no es negocio atender a una o dos personas que salten de la calle vacía. Y el guía bromista, entre chistoso y sarcástico embebido en lo suyo de ayer y mañana, desenvuelto en el oficio de soltar datos automáticamente, se batía con los turistas siendo su voz alta ineludible desde mi rincón estratégico —con vista a los viajeros desganados por el tardío desayuno que supongo ingirieron pasadas las diez horas, y mejor vista a los pinzones del pasamano esperando los granos de arroz que apenas sobran del epulón, y mejor vista aún al retiro propio a la calle principal por el cerco de gardenias de flor blanca evitando así pasar por la mesa grande del grupo—, y uno se entera de cosas interesantes que no sabía y otras que son insípidas e irrelevantes de tanto oírlas de cajón. El desembarco en Puerto Ayora habría sido feliz si no cargaba conmigo el dolor de pie, librarse del ruidoso y monótono viaje en lancha a través del océano profundo es una pequeña felicidad por sí misma para un lobo de páramo, esa sensación de re-incorporarse a la bipedalización es deliciosa…  Pero tal transición dichosa del mar a tierra firme no me esperaba porque eché por la borda la última oportunidad que tuve de ir al pequeño centro hospitalario que atendía sin apuros ni congestión de pacientes al frente de mi mesa en Oasis de la Baronesa , apenas tenía que cruzar la calle para que me inyecten antiinflamatorios tipo keterolaco que actúan cuando las pastillas de ibuprofeno ya no surten efecto desinflamatorio ni analgésico, este elemental movimiento habría desembocado en airoso arribo a Puerto Ayora, y con ello habría ganado el día que tomé en la menuda urbe para cuidar del caminador. (more…)

Hermano Frailejón

Reinas en angelados páramos y lagunas,
vigilas el sueño del volcán Chiles con tus legiones,
eres turgente paisaje de remota altitud.

En perenne talante de guerrero presto a cantar su fado,
resistes el embate de la tempestad y sus agoreros
meciéndote al son de furioso ventarrón gris,
amaneces enhiesto y cubierto de escarcha
que cede al fulgor de la luz ecuatorial.

Revestido de impavidez,
hermano Frailejón,
sufres la existencia sin amortiguadores,
cargas el genoma del gladiador salvaje
y el de amante generoso,
prevaleces ante gélido temporal,
te mimetizas con el rigor primigenio.

Radiante te entregas a veranillos intermitentes,
tu faz de seda despide perfumes almendrados,
donde van a refocilarse polinizadores
atraídos por las feromonas del estro.
Alados diminutos yacen en el tálamo afelpado del amor,
ellos portan la semilla de los guardianes de la serranía.

Desde la atalaya humeante del diezmado cóndor,
te nutres abismándote con el nacimiento andino.
Bajo azur mañana se yerguen los pilares del sur,
los volcanes desnudos y los nevados en desglaciación,
añudados por el entresijo que hace prieta a la Pachamama.

Testas de medusa envuelven un pozo sagrado,
al filo del barranco gozan con las cuerdas del universo,
música visual:
perfil dentado de la cordillera,
trampolín a pacífico océano de nubes.

Allá bulle la caldera repleta del maná de los trópicos,
por el cañón sube el piar de golondrinas de bosque nublado,
trepa el aroma de encendidas bromelias e invisibles orquídeas,
desparramándose en almohadones y esterillas de páramo.

Camufladas entre murmurantes colinas,
aguas de intenso celeste reflejan,
cual oasis de un desierto de pardos verdes,
flores que revientan amarillas de tu esbeltez.

Oler la pureza lobuna es caminar contigo,
hermano Frailejón;
respirar aquí arriba hecho fauno,
es beber de los humedales de Gea.

Oh, multitud de frutos dorados,
perdido en el rumbo fijo de los ojos que se duplican,
broto del cuerpo y el alma de un ser bifronte.
Somos el espectador que voltea a ver al otro andante,
el que sonríe tan cerca y tan lejos de humeante civilización,
confundido con ejército apolíneo proa al sol.
Voy arropándome con las múltiples orejas de conejo,
el otro va clavándose de cara en un remanso de suspiros,
ya está holgando con seductores efluvios de Gaia.

Planeta de los humanos

Por fuera de la fauna y flora del solar como la mariposa andina primaveral que posa en la flor amarilla de diente de león, las ilusiones de tener un mundo verde son eso, espejismos. A propósito de fantasías verdes recomiendo a tope visionar el documental que nos coloca a los humanos frente a ineludible e impostergable cuestión, “¿qué diablos estamos haciendo con nuestra madre nutricia Gaia y por inercia con el futuro de la especie Homo sapiens? La película está escrita, dirigida y editada por Jeff Gibbs, siendo Hozzie Zehner el productor, y Michael Moore el productor ejecutivo. Michael Moore dice de este largometraje que es el más relevante de sus producciones por contenido esencial y la denuncia que involucra a la humanidad entera. (more…)

Fauna del solar

 

Árboles de sombra suficiente y mínimos espacios verdes guardan a la fauna menuda del solar: mariposas, jilgueros, insectos, arácnidos… y, por excepción al etcétera de pequeñas y diminutas especies factibles de contemplar de un golpe de vista, asoma muy de repente el batracio perdido. Quiero creer que la frágil criatura de la foto  –hallazgo imprevisto y capturado por el lente en tronco festonado de hongos y líquenes que hacen parte del cuadro claroscuro impresionista– pertenece a la especie de aquellos que encantaron la noche oscura del incipiente poeta que se aloja en un adolescente atento a la vida en crudo, sin amortiguadores, que lo circunda. Me refiero al sapo cancionero que se esfumó del valle interandino que me concierne porque habito en él con la ropa del diario, me refiero al sapo de la noche que se extinguió décadas ha, de él leí o escuché que le había pegado un hongo maligno y se extinguió para a fuerza de añorar su nota existencial sospechar que hay individuos evolucionados que están de regreso en la cuadra. El clima de valle interandino ecuatorial que habito, desde que recuerdo no tiene cuatro estaciones marcadas sino que es una suerte de primavera y otoño intercalándose o expulsándose entre sí a capricho, en todo caso conviven para asombro del existente vividor. (more…)

El Garrapatero

Ya estuve en la playita El Garrapatero en 2015, 4 de Junio; entonces fue el viaje programado para ver sí o sí flamencos en el último día de un mes de feliz alojamiento donde Maytenus, Puerto Ayora, Isla Santa Cruz. Empecé por Santa Cruz la primera estancia larga que me había prometido para familiarizarme con las cuatro islas que tienen infraestructura hostelera suficiente y acorde a la capacidad del bolsillo del caminante en pos de cosechar parajes e instantes encantados. (El Garrapatero, no tiene fortuna como nombre turístico, pues, es homónimo al que corresponde al pájaro gregario de mal agüero, Crotophaga ani, traído hace décadas por colonos desde el continente para que hagan la tarea que viene con su apelativo vulgar: engullir garrapatas y otros parásitos que atacan al ganado vacuno, aunque se ha demostrado que estos son omnívoros sin ninguna especialización en desparasitación externa de grandes mamíferos de pastoreo. Hoy es ave denostada, considerada especie invasiva que debe ser erradicada en lo posible de las islas, se la acusa de pirata y depredadora de nidos de especies endémicas más pequeñas y menos agresivas, por ejemplo, el gracioso Cucuve o el Papamoscas).  

Volví al Garrapatero en diciembre de 2019, sabiendo lo que podía encontrar en paisajes, pero también especulando con las sorpresas de la avifauna de orilla, en especial si hallaría a los flamencos en la charca salina posterior a la barrera de manglares, así fue la vez pasada que llegué aquí con la expectativa de fotografiar estas aves que no había contemplado antes en su hábitat.  Vería o no flamencos fue la incógnita mayor, más allá de que la suerte de encontrarlos sí o sí había cedido, pues, desde diciembre de 2015 los he avistado en distintos viajes y épocas en Isla Floreana e Isla Isabela, y con diferentes intensidades y emociones; no es lo mismo hallarlos en cautivante escenario recóndito, tras fuerte caminata por la soledad estremecedora y hechizante de la orilla rocosa de Floreana que en las aguas salinas a la mano de Puerto Villamil, donde es cosa de andar pocas cuadras y tener cotidianos encuentros cercanos con las trompetas coloradas. (more…)

Iguana terrestre de Baltra

La foto retrato principal de este artículo proviene de la serie de instantáneas que logré de majestuosa iguana terrestre de la especie Conolophus subcristatus, posando en un campo de rocas volcánicas. La hallé pronto, recién comenzando la escapada de rigor que hice gracias al tiempo extra, de espera, antes de tomar el vuelo de regresó al continente. Bajo inclemente sol y la sequedad ambiental promedio de Baltra, me eché a andar rumbo con la media mañana cargando las dos ligeras mochilas que ayudan a viajar rápido y liviano prescindiendo de equipaje acompañada o de bodega. Caminaba con el sigilo y la atención sensorial propia a la búsqueda de iguanas y, podría decir que detrás de las aspas de los molinos de viento que provee de energía eólica a las instalaciones del aeropuerto, bajando unos cien metros con dirección a la carretera asfaltada que lleva al muelle de pasajeros de cruceros, encontré a un joven espécimen camuflado entre piedras y arbustos. El mismo que se mantuvo impasible hasta que di la vuelta de rigor pensando que iba a capturar fácil con el lente a otros ejemplares, así creía que acontecería pero no hallé más iguanas alrededor, y celebro a la fecha que fue así ya que hizo del instante un hallazgo perdurable.

La iguana terrestre de las Galápagos (Conolophus subcristatus), goza de buena salud en Isla Baltra, esto a pesar de habitar en un piso biológico que a la vista resalta por su candente paisaje inhospitalario que aloja mínima vegetación de arbustos leñosos y cactus, con decir que viene a ser fiesta de los sentidos el brote de yerbas y flores diminutas cuando llueve lo suficiente y uno tiene la suerte de ser partícipe de este acontecimiento fastuoso dentro de la fragilidad ecológica que es una constante en las Islas Encantadas. En un artículo pasado de esta página, titulado a secas Conolophus subcristatus, expuse lo grato que fue respirar la brisa perfumada que despide el florecimiento liliputiense de Baltra, no así en la mañana de las fotografías que muestro abajo del presente artículo, que es el panorama normal o corriente de la isla que en sí es un retrato de la supervivencia a tope, es el hábitat de los dragones terrestres que carecen de fuentes de agua dulce, que carecen de árboles de sombra a los cuales treparse y comer de su follaje. De hecho cualquier sombra es lujo negado al caminante, habría que reptar un tanto para meterse entre los cúmulos de rocas tostadas por el sol ecuatorial. (more…)

La soledad del murciélago

Para llevar a cabo la mutación definitiva, cumpliendo con lo que debía ser una salida de escena acorde con el respetable filósofo fundador del MUA (Movimiento Utopista Anarquista), se crea un ente jurídico sin pasado ni futuro, Pastor Camacho, que lo representa como albacea, el cual se encarga del papeleo de la repartición a diestra y siniestra de los bienes y cuantiosa fortuna fiduciaria del marqués. Este individuo misterioso y de cortísima existencia -quedó como visto y no visto para la posteridad, así debía de ser dentro de lo planificado por el marqués-, se esfumó por siempre jamás, tan pronto anunció la repentina partida de este mundo de su amigo y cliente imaginario. Por lo demás, Pastor Camacho, ejecutó la dispersión de las cenizas del marqués “en secreto y donde nadie las pueda ubicar”, cosa que vía telefónica y en privado comunicó al director de radio Marañón -en un tono que daba la impresión de ser un ser de ultratumba-, que la voluntad póstuma del difunto había sido consumada. 

La noticia del deceso del marqués es lanzada a los cuatro vientos desde el Domo del Panecillo, una suerte de homenaje improvisado al difunto se desarrolla en los cuartos de radio-libre Marañón, cosa que agradece la audiencia noctívaga porque es lo que busca en la “programación anarquista” que se brinda a los lechuceros, y que pasada la media noche se extiende hasta los albores de la mañana naciente en las faldas del Rucu Pichincha. 

Así como el montaje de la desaparición del marqués se efectuó con la precisión, silencio y suavidad de un reloj suizo, la transmigración al murciélago se activó con similar talante en el palacio de Guápulo. El patrimonio cultural y arquitectónico, que el marqués heredó a inmejorables manos, lucía cual colosal monumento surrealista, aupado por la luz de luna bañando de sobria soledad sus instalaciones y contornos. Apenas el murciélago escucha las primeras notas, del molto vivace del segundo movimiento de la Novena de Beethoven, que le llegaron a través de las ondas largas de radio Marañón, siente que el instante de partir arribó, pues, instintivamente su máquina animal se echó a volar, elevándose con la corriente aérea que lo coloca en la ruta directa de su cometido nocturnal. Vive único e irrepetible viaje de la meseta andina a la pluviselva de la cuenca baja del río Napo, tiene ante sí un reto: posarse en el higuerón sagrado de noventa y pico de pilares del segundo anillo de Pelancocha. 

[Olegario Castro]


 

La soledad del murciélago


Las ruinas de Galadriel

Kantoborgy, está a punto de ser una suerte de hombre de las nieves con tracción y agarre terrenal de un geko glacial. Por añadidura, los sentidos mundanos se van a potenciar con largueza; aguzando su vista, oído y olfato, en ese orden. Estrena la doble y única piel, se desnuda para calzarse el prototipo de traje térmico total -cual lo cubre de pies a cabeza y por las instrucciones que recibió no tendrá necesidad de colocarse botas invernales ni crampones-, que le envío el patrocinador en exclusividad de su estilo de vida, mecenas anónimo que fue nombrado como Ente Racional…

Añadiría a la leyenda de que cuando el hombre y la montaña se encuentran pueden suscitarse realidades extraordinarias, que de hecho acá se ha generado una ucronía del escalador y sus rituales de montaña. Kantoborgy, sube a las ruinas del palacio de Galadriel, para entregarse a la quijotesca velación de sus obsoletas herramientas de andinismo, era un mandato personal ineludible antes de viajar a las paredes de la locura, y hacer en solitario –libre de equipo de escalar y macuto– la nocturnal de la cara sur del Annapurna, Diosa Madre de la Abundancia.

Las ruinas de Galadriel, solo están para Kantoborgy, ubicadas en un punto de la cara sur oriental del Cíclope, el volcán Cotopaxi. Y es un espacio-tiempo para su comunión con parajes de piso musgoso, de verdes pardos y flora diminuta entreverándose con escoria eruptiva, de grises pétreos colindando con las nieves pasajeras y glaciares moribundos, frisando los cinco mil metros de altitud. Acá desaparece el valle y el sol mezquino de la medía tarde acariciando pajonales haciendo tenues olas cual mar verdín. Kantoborgy y su monólogo son envueltos por una cálida -por íntima- nube traslúcida, y medran con el espíritu del Cíclope, la manada de lobos que guardan las ruinas y el dragón escurridizo, Krizofilax Equinoccial.

[Olegario Castro]

 

Portada Las ruinas de Galadriel

Chelonoidis Don Faustoi

Recién en 2015, se difunde el re-descubrimiento de la tortuga gigante del este de Isla Santa Cruz, bautizada por la ciencia Chelonoidis donfaustoi, allá en la zona de El Fatal (fatal para las tortugas que exterminó el Homo sapiens, al grado que décadas pasó a ser una especie extinta de galápago). No obstante sobrevivió, lo justo para meterse en el listado de especies en estado crítico; está siendo protegida en su hábitat montañoso y recuperada en el Centro de Crianza Fausto Llerena, de Puerto Ayora. Según el censo llevado a cabo entre octubre y noviembre de 2018, por personal calificado del Parque Nacional Galápagos y científicos de Galapagos Conservancy, la población actual en estado salvaje de Chelonoidis donfaustoi es de aproximadamente 500 especímenes en una superficie de 80 kilómetros cuadrados -incluidas fincas del sector-, se calcula que antaño esta especie llegó a más o menos 11.000 individuos. Chelonoidis donfaustoi, renació para constituirse en la segunda especie endémica de quelonios de Isla Santa Cruz, junto a la bien conocida Chelonoidis Porteri (Rothschild, 1903), la tortuga de El Chato y el noroeste de la isla que ha venido aumentando de forma sostenida su población aunque sigue en estado vulnerable. (more…)

Iguazú

Puerto Iguazú


Aterricé con la tarde de domingo, cursando el tercio final de octubre, en el aeropuerto Cataratas de Iguazú; una combi me dejó a puertas del pequeño y acogedor hostal muy bien ubicado en un barrio tranquilo y arbolado, teniendo el centro de la ciudad a mano, caminando diez minutos. Puerto Iguazú, de 40.000 habitantes residentes permanentes (no sé cual es la población flotante que llega acá de aproximadamente un millón y medio de visitas al Parque Nacional Iguazú, que se reparten entre los meses y estaciones del año austral), es la puerta principal para acceder a la mayoría de saltos acuáticos del río Iguazú. Vine en provecho de la temporada baja, a mediados de la primavera austral, evitando así los picos de visitantes de temporada alta, sabiendo que por acá no para el flujo de turistas pero al menos merma lo suficiente para no agobiarse y hacer que cunda el ansiado encuentro con las cascadas de Iguazú, portento de Gaia.  Al caer la noche se desencadenó diluvio tropical acompañado de relámpagos y del alarido metálico de las chicharras que me hicieron  pensar que  tendría jornadas mojadas por delante pero no fue así. El día lunes se presentó amable con el viajero, nublado pero sin precipitaciones de rigor y de aquí fue a mejor el factor meteorológico tuve días secos, cálidos y parcialmente despejados.  

La lección de no traer a Puerto Iguazú dólares manchados la aprendí apenas quise pagar el alojamiento. La costumbre de andar con billetes de dólares trajinados en Ecuador, se topó con la sorpresa de que acá no los reciben si están marcados con sellos, firmas, etcétera. De esto no tuve noticia en la parada de rigor que hice en Buenos Aires para hacer el peregrinaje a lo de Sabato. Los billetes que pasaron el riguroso control de la recepción del hostal, alcanzaron para cubrir las seis noches de estadía y el copioso desayuno de la mañana siguiente. Alguien se apiadó del viajero con dólares manchados y obtuve los pesos suficientes para fundirme con la melodía y poesía acuática de ríos y cascadas. (more…)

Casa Museo Ernesto Sabato

Estoy parado en el portal de Casa-museo Ernesto Sabato, aguardando el ingreso a sus misterios. Tarde temprana de un día radiante, primaveral, de octubre. Jornada que rompe el ciclo de tempestuosa meteorología e inundaciones del gran Buenos Aires. Tomar la ruta de autobús público 105, vino a ser el toque previo de aventura citadina, fue un viaje de 23 kilómetros y una hora y pico desde el punto de partida del trayecto en el micro-centro bonaerense alrededor de Puerto Madero, teniendo de por medio docenas de paradas antes de descender en Santos Lugares, a escasas tres cuadras de la morada solariega que durante 65 años la habitó el escritor de la más potente trilogía literaria en lengua española que a la fecha he vivido (leído). Apenas subido al autobús, como si lo corriente fuese preguntar a voz en cuello al conductor y por añadidura al inspector de línea ahí presente, digo: “¿disculpe, cuál parada me deja cerca de lo de Sabato… es la última, la de Caseros?”. La cuestión no cayó al vacío, no se hizo esperar la respuesta, “no, jefe, tiene que bajarse en la antepenúltima parada, la de…”. Hasta ahí cuadraba bien la cosa, después faltó poco para que se caiga el viaje en autobús, el conductor y el inspector de línea me advirtieron que no era posible cancelar el pasaje en efectivo, que únicamente podía hacerlo a través de una tarjeta electrónica adquirida con antelación y que sirve para circular en cualquiera de las distintas líneas urbanas. En esto, disponiéndome a despedirme de la ruta 105, surgió una guapa ciudadana que al percatarse de la engorrosa situación usó su pase múltiple y para adentro señor, con pudor le extendí un billete de 50 pesos y ella más pudorosa aún lo rechazó de plano. Lo demás podría ser la crónica citadina del trayecto de la línea 105, abriéndose paso entre los mundos y submundos de un gigante urbano, empezando con asientos de sobra en la opulenta costanera y cruzando atestado de usuarios el parque Retiro y conforme entraba al conurbano de la provincia de Buenos Aires irse relajando hasta que el conductor me sacudió con el aviso puntual que pareció despertar también a los demás pasajeros: “¡jefe, jefe… aquí tiene que bajarse para ir a lo de Sabato!”. (more…)

De montañas, hombres y canes

Es el viaje a las montañas de Gea, de hombres y canes, repartido en once episodios con sus respectivos nombres o subtítulos. Viajar a las montañas de la soledad salvaje acompañada por  el vaivén de humores meteorológicos o elementos naturales, que desfila por todas las gamas del calor y del frío -desde el sol calcinante veraniego a temperaturas glaciales-, es sumergirse en los lugares remotos de sí mismo. Andar por los pajonales y jardines de superpáramo, trepar a los distintos niveles de conglomerados estrato-volcánicos de los picos de los altos Andes ecuatorianos, es meterse en los ámbitos del círculo mágico de Lovochancho, de Kantoborgy y sus canes que tienen de invitado a un personaje que no es andinista, que no es senderista de media montaña, y que no pretende serlo a fuerza de voluntad ni mucho menos. A Lester González, el reino del vértigo le es ajeno y su gana de experimentar lo agreste andino no le alcanza para plantearse metas mínimas de básico ascensionismo; no obstante, aprovecha de su suerte de invitado para hacer lo que le plazca en la montaña, se beneficia de que a partir del punto donde se parquea el todo-terreno de acceso a los portales de la altitud filosófica, no hay reglas ni metas compartidas por los tres amigos, cada quien se toma la mañana para extenderse en ella como a bien le parezca y a distancia suficiente entre ellos, que los haga invisibles ante el otro y si es del caso olvidarse que alguien más camina erecto por su zona de ensueño.

Los canes sacan a relucir y airear sus genes atávicos de lobos esteparios, y a ratos también se dispersan entre sí sin extraviarse entregándose a las delicias que capturan sus olfatos privilegiados,  a donde fueren sus oídos están  atentos al llamado de reunión grupal que es el silbido agudo del superalfa bípedo y con piel de humano. Por allí Pincho, tiene su página de gloria pastoreando a soberbio toro de lidia que lo embistió en las verdes colinas vigiladas por la cóndor Albertina; por allá Panda, juega entre dunas herbosas a las escondidas con el travieso dragón que no puede volar.

Lovochancho, montañero de media montaña a tres cuartos de montaña, como el mismo gusta definirse, hace sus primeros campamentos y ascensiones en solitario, sube a cumbres accesibles a su ambición de conquistador de lo inútil; son cimas que en el lenguaje de avezados y famosos andinistas sirven para las “salidas de engorde”, pero que  en él -que es lo que vale-vinieron a ser la versión de su propia “Vertiente Rupal”. Trepa a la cresta inhóspita y desolada que alberga las agujas del pico Sincholagua  y, por un instante, siente que podría ser el trampolín ideal para abandonar con ventaja los valles de la corrupción incesante de la materia, y planear cual cóndor en las corrientes de la Mente del Universo. Asciende, desde la estación ferroviaria de Aloasí Alto, a la cumbre del monte Corazón, portando pesada mochila que lo hace verse a sí mismo como un pesado galápago, haciendo kilométrica peregrinación mística del calorcito de valle interandino a las fauces y abismos grises de la cumbre gorda lanceolada, allá desencadenará a sus demonios y miedos interiores para regresar expurgado al hogar al pie del manso y luminoso cerro Ilaló. 

Kantoborgy, se prepara de mente y cuerpo para acudir a Las ruinas de Galadriel, y ahí encomendarse a su Señora antes de partir al encuentro con la Diosa Madre de la Abundancia,  en pos de lo que vendría a ser lo que es hoy, una leyenda, pues, desapareció en los montes Himalaya; sí, a mí también me encanta creer que ascendió de dimensión, al fin se transformó en un leopardo de la nieves.

Lester González, el invitado, no sube hasta donde puede sino que aprendió a bajar sirviéndose de las ganas de hacerlo por los caminos de campo de las vertientes andinas, y además disfruta vagando por los valles de la meseta andina, y ver de lejos a los solitarios gigantes de roca y nieve que despiden poesía visual; cada animal andino envuelto en su intimidad tiene su personalidad y facetas acordes a los micro-climas de sus pisos biológicos.

[Olegario Castro]
 


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Mica-Cocha

Oleaje rítmico, arpegio de Eolo sosegado, trinar de jilgueros de altitud, estela de espuma blanca… Camino por la orilla solitaria embebido en los aromas míticos de la Mica-Cocha, ella acariciando el piso musgoso asociado a jardines diminutos y a ramilletes de pajonal verde-habano que danzan al son de la batuta de Eolo. Voy por el filo de tierra negra volcánica que a tramos se ha derrumbado propiciando pequeños abismos que interrumpen el seguimiento del sendero escondido, nada que no se solucione con pocos pasos extras al costado para volver a encontrarlo. Los instrumentos de viento de Eolo no copan el medio ambiente con el estruendo que en otros días y horas devinieron en fulminante tempestad. Cuando el coloso andino, el Volcán Antisana, echa chispas y se envuelve con plomizo capote, él y su zona de dominio se vuelcan a sus intimidades mimetizando el cielo y la tierra en la oscuridad reinante.

Mica-Cocha, masa de agua dulce que encanta cuando se exhibe azul, para la ocasión caminando por la orilla oriental, mientras las nubes arreboladas y volanderas permiten el paso del candente sol de altitud que la abriga y alegra con claros nítidos de cielo. Contrasta la luz y la vívida coloración herbosa con la visión de tormenta que se cierne en el lomerío al nororiente; allá, en el paso de montaña que cae a la cuenca amazónica, imagino un tiempo invernal de cellisca blanqueando los pajonales. La última caminata que hice en Mica-Cocha fue borrascosa, anduve por el filo cimero de la loma gorda, anduve ensordecido por las trompetas de Eolo, teniendo abajo la laguna cubierta por la niebla negándose a invitarme a abrir un senderito escondido entre las soledades del borde vegetal y el oleaje lamiendo las almohadillas de páramo. Esta vez sí pude bordear la orilla sin forrarme con pasamontañas y dos capas de ropa de calor antes de la chompa rompe-vientos y, cosa rara, a momentos alzando a ver a la loma gorda, lucía cual pared impracticable que apenas dejaba que cuelguen yerbas y recias plantas leñosas encendidas por flores amarillas. (more…)

Virus del Sentimentalismo

Resoluciones de vida-muerte de la medianoche al amanecer es el signo de esta novela que abarca misterio, terror cósmico, suspenso, fantasía gótica, dispositivos de ciencia ficción o algo parecido, renacimientos con los dragones de oriente incendiado el hemisferio occidental, historia fúnebre del caserío suicida afectado por el Virus del Sentimentalismo, música celestial de guitarra flamenca dirigida a extraterrestres, viajeros cósmicos, estirpes caninas, lobos danzantes… ¿qué sé yo?, es toda una galaxia de percepciones, sensaciones y recuerdos que se desarrolla paralelamente tanto en la inmensidad septentrional de las grandes llanuras de Brecha de Búfalo como en la altitud andina de la metrópoli Medusa Multicolor.

Brecha de Búfalo, es la pradera que contiene al desangelado caserío Placidville, en el que únicamente han permanecido Teodoro Morris, Ana de Cazaderos y el can Pincho. Sin embargo, Placidville, es el escenario de la bienaventurada agonía de Teodoro Morris, alias el Saqueador, apodado así por cortesía de los propios habitantes del valle de Quinara, porque tomó lo justo y necesario (“para ser de rato en rato y con cuchara agasajado por esa bastarda llamada Felicidad”) del mítico oro de Quinara, entierro incaico del que ningún otro cazador de tesoros a podido beneficiarse. Lo curioso es que existe un lindo hostal tres estrellas, bien equipado para alojar cómodamente a los entusiastas guaqueros nacionales y extranjeros que se allegan a la pintoresca urbe de Quinara a echar suerte, y realmente se divierten como niños buscando huevos de pascua en los alrededores del valle subtropical homónimo. Esto último se da debido a que reciben copias del intrincado y esotérico mapa original de la ruta del tesoro que fue donado por el mismísimo Saqueador, cual se exhibe en una urna de cristal en la amplia recepción y sala de estar y de juegos del apacible establecimiento. 

Radio-libre Marañón, emite sus ondas más que largas desde el Domo del Panecillo, puesto que según su noctámbulo propietario están de viaje a los confines del universo. Radio-libre Marañón tuvo como invitados a la herpetóloga residente en la cuenca baja del río Napo y al guitarrista noctívago que habita al pie del cerro Ilaló, José Miguel, ocupando la hectárea que heredó de lo que fue otrora una fastuosa hacienda, “La Merced”. Nadie se aburre en las instalaciones de otro mundo de la nave o estación de tránsito astral que podría ser el Domo del Panecillo —acorde con las especulaciones del afamado ufólogo azuayo que clama y desespera por acceder a esos “cuartos mágicos”, pero no le acaba de arribar la invitación prometida—. De vez en cuando oigo involuntariamente el discurso de la donosa herpetóloga, narrando el rapto de sapos y ranas de la amazonía por parte de entes alienígenas que han sido denominados Espaciales Saponáceos, o Fenómeno ES, mientras la guitarra flamenca del maestro José Miguel la acompaña con discreto arpegio de fondo.

[Olegario Castro]
 


REMOTO

De un cataclismo interior surge el gran desasimiento nietzscheano de Teófilo Samaniego, de la noche a la mañana se desprende de lo que más lo ataba en la metrópoli Medusa Multicolor. ¡Renuncio!, es el aullido que retumba en los confines de su microcosmos, y por fuerza del auténtico vividor renuncia a estar uncido al mundillo que le vendieron como el único digno de ser atendido: posgrado en Innsbruck, asenso laboral en los estratos respetables de la burocracia turística, familia adorable y fotogénica en redes sociales. Apenas ayer seguía el instructivo de posesiones y tradición acumulativa que le había sido entregado para capear el flamante siglo depredador, heredero de la excelencia para la destrucción planetaria de la centuria previa.

No había escapatoria aparente sino era en los juramentos risibles del borrachín libertario, todo él exacerbado por las melodías corta-venas  alquiladas a la rokola de Soda Bar Carrión. “¡Ya vas a ver Tronkocito Huevonazo!, sí me atreveré a prescindir de la etiqueta de joven muy prometedor que me colgó en la corbata la sociedad de termita, cualquiera de estos días te voy a sorprender con mi intempestiva erupción plínica”, me contó que se arengaba rumbo al sollozo del subversivo que ante los más era un brillante prospecto conformista, afortunado pequeño burgués de ideas avanzadas. De repente, la coyuntura citadina de la Medusa Multicolor obró como rayo iluminador de su ineludible viaje, y se mandó a mudar a Remoto, Hostería de Selva Húmeda y Lluviosa.

De todos los magníficos instantes de mi visita a esos pagos de la creación de pluviselva, donde el equilibrio de las especies reina, hay uno que me estremeció recién, por estos días. Me hallaba ensimismado a la sombra del arupo de ramaje artrítico proa al sol que se enciende en su floración de julio, vistiendo ramilletes de estambres rosados retorcidos, y vino a mí el momento del cierre del escenario de Remoto, cuando se dieron los adioses al alba y bajo el rugido de fondo de los monos aulladores, allá en el muelle artesanal de la laguna Pelancocha formando dos anillos, el acuático ocho selvático acordonado por yutzos,  que solo admite piraguas a remo que se desplazan a golpes de canaletes rojizos lanceolados.

Cuán vívido es el recuerdo que tengo del joven Teófilo despidiéndose de cada uno del grupo de naturalistas de andar y ver, al que plegué desde la ciudad Medusa Multicolor. Partimos en manada intrépidos expedicionarios y la tropa de cachimochos de hostería Remoto, estos coincidieron con nuestro viaje de retorno a la estridencia de los derivados de petróleo haciendo las delicias urbanas. Los cachimochos (como jocosamente a sí mismos se denominan en alusión a la serie de fábulas amazónicas de S. DelaCruz, El mundo de los cachimochos en el país de los coquinches), salían de vacaciones o mejor dicho venían a percudirse en las civilizaciones de humo siglo XXI. Mientras me alejaba en la estela acuática de luna del amanecer de Pelancocha, figuré las instalaciones de la hostería como una aldea naporuna vacía de gente, y a Teófilo Samaniego fascinando con la soledad radical y el silencio de pluviselva que buscó y encontró. Me he preguntado, ¿volveré a saber de los parajes míticos de la cuenca del río Napo, y de los circuitos alucinantes que programa  para el intrépido expedicionario la administración de Remoto? 

[Olegario Castro]
 

Ser mudable & Fragmentos de un Anarquista


Ser mudable

Para el Señor A, el viaje a las Islas Encantadas, vino a ser un acontecimiento pendiente que reventó tras el último encuentro con Clara en los cuartos de Café Vía Tarot, cuando se realizó la segunda develación de la pintura La Noche del Búho Argento. El Señor A, más de una ocasión se negó a atender la invitación de Clara a que visite la mansión futurista sin parangón que ella levantó en Isla Santa María. Interpuso excusas que rayaban en lo pueril; sin embargo, engañaba con su aparente negación, no era que a él le era indiferente el fascinante  laboratorio biológico que muestra el fogoso génesis de la vida terrenal y su consiguiente evolución, que en sí constituye el archipiélago (Galápagos guarda la fragilidad de un mundo endémicos en peligro de extinción por distintas causas: cambio climático, introducción de especies depredadoras e invasivas, microorganismos parásitos portados por los turistas… etcétera), por el contrario, acumulaba ganas de mandarse a mudar desde que leyó Crónicas de Islas Encantadas, lo cierto es que aguardaba el disparador interno que le diga es ahora o nunca.

De repente, es decir partiendo de la primera página, estamos inmersos en el acontecer del Señor A, ya instalado como único ocupante y capitán de Fortaleza Negra –su hogar, su nave astral – y residiendo en la isla que nos la presenta con el nombre de Floreana Salvaje, diferenciando así la dimensión en la que vive en radical soledad humana con respecto a la dimensión de Isla Santa María –parroquia con una población aproximada de 150 habitantes, bajo la jurisdicción del Gobierno de Isla de San Cristóbal– , a la que debió arribar en lancha común y corriente desde Puerto Ayora (Isla Santa  Cruz), y no lo hizo extraviando involuntariamente el itinerario normal a Puerto Velasco Ibarra (Isla Santa María), desde que aterrizó en el aeropuerto Seymour, Isla Baltra, el portal principal de ingreso al Archipiélago de Galápagos.  Tenemos a mano una suerte de bitácora del Señor A, numerada del 1 al 28 cual entradas aleatorias, sin fechas cronológicas, que relatan algo o mucho de las jornadas del sujeto del descubrimiento. Nos zambullimos en el ir y venir del “intrépido expedicionario” de la isla prístina que abre trochas irrepetibles –de ida y de vuelta–, y es cuando me siento en constante trascender por el espacio-tiempo del multiverso.

El senderista no se acostumbra a caminitos hechos, permanentes, porque cada vez está estrenando uno en medio de pisos biológicos exentos de huella alguna del Antropoceno. Es el ser mudable que acude a sus sentidos para reconocerse en un medio ambiente que cumple con surtir lo mínimo para la vida de las especies endémicas, el es un extraño moderadamente feliz porque no se ve impelido a subsistir en la intemperie, pasa de ser émulo del náufrago tipo Robinson Crusoe soñando con heroico regreso a las civilizaciones Antropoceno; él no es un náufrago Homo sapiens, él no añora a la era suya que podría ser una ficción de la matrix. Entiende que puede perderse a discreción en la contemplación de sí mismo embebido por el entorno vegetal y zoológico de sus travesías en Floreana Salvaje, no se agobia y fluye sin oponer resistencia a su senderismo en la naturaleza virgen porque el retorno a las delicias de Fortaleza Negra es lo que sustenta la aventura de la mañana a la noche. La nave homeostática es la que provee al “capitán” del estímulo y la piel para desvelar los misterios del exterior, donde reina sin amortiguadores la cruda realidad.

[Olegario Castro]
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Fragmentos de un Anarquista

 

Asimilo que los nueve Fragmentos de un Anarquista son ficciones que parten de la realidad a del señor A, o mejor aún, de su capacidad para elevarse a dimensiones que están vedadas al común mortal. Solo sé que residía en el ambiente futurista de Villa Juárez que, por lo demás, es una de las obras arquitectónicas ambientalistas de mayor prestigio nacional e internacional diseñadas por el mismísimo señor A.

Empecemos con el jocoso fragmento que revienta en diálogo existencial, entre la tortuga amazónica de patas amarillas y la rata parda. La tortuga encarna a una joven filósofa que tiene, taxativamente hablando, una vida por delante para depurar su innata vocación desde que tomó conciencia de que podía hacer de su cautiverio en Villa Juárez un espacio-tiempo fascinante, una vez que a tierna edad fue arrancada del hábitat primigenio al que no volverá salvo en sueños de paraíso perdido. De vez en cuando sufre visiones infernales con los ojos abiertos, se mira como una cosa de comer en lista de espera a ser sacrificada por el Homo sapiens, y asume que en sí este hecho no es la mayor crueldad, lo teratológico es verse anegada en la fetidez de una pocilga inmunda antes de caer en el matadero que, paradójicamente, hubiese sido la liberación del tormento de ansiar el fin. Rescatada por la providencial acción de la persona que no la quería como platillo sofisticado que provee la pluviselva, continuó su estancia terrenal en calidad de mascota y  que, al cabo, por esos ajustes del destino para que ella llegue a ser lo es, fue a dar donde el señor A, quien fue cómplice y encubridor de que además de ser un ente de largo aliento terrenal, sea un ser para la contemplación. Por otro lado, la rata parda, encarna al ser pasajero que huye para delante a base de procrear a lo bestia para la conservación de su especie roedora; sin embargo, ha sido tocada por el portento de la palabra.

Revienta un joven novelista dentro de la corriente autor-editor. Asmodeo en brisa con sus novias FB, es lanzada en distintas ferias internacionales de libros (FIL), que en realidad son ferias nacionales tipo escenarios Disney, aunque de escaso presupuesto y circunscrita a la esmirriada parcela planetaria de lectores que es el Ecuador. El novel escritor cumple el noble cometido de difundir su obra que, por añadidura a su regio contenido, goza de una presentación impecable gracias a la mini-imprenta portátil que poseía cual mina dispensadora de libros, al por menor, de tapa dura y papel reciclado, dando la impresión de haber sido cocidos a mano y haciendo de cada uno de ellos un tomo de colección. Iba viento en popa hasta que huye de aquellas fiestas o reventones para los gestores culturales, que sacan pecho por sus dádivas en pro de la lectura embudo o lectura tirabuzón. No hubo casualidad en su partida, sí previsión porque las FIL fueron infectadas por un extraño mal denominado Síndrome de Animal de Feria, por sus siglas SAF.

Ecos de Berdog, abriga cierto espíritu stevensioniano. Así hablaba Berdog. “Ocupación: existente; recreo: vivir. Habito entre lomas fractales, son los senos de Gea amamantando al montañés en su hogar de madera; el indígena gime de placer hundiéndose en ellas…“.

Adiós CorniSancho, se une ultimadamente a los mundos paralelos de  El sátiro y la princesa y La humana doña Fátima, aumentando un relato a la lucha a muerte que sostienen en dos dimensiones distintas la pareja protagonista. Este nuevo aporte narrativo cierra con un adiós lezamiano a CorniSancho, allá en las regias instalaciones de Paradiso, que viene a ser una dimensión luminosa tan cerca pero aparte de las sombras tenebrosas que se ciernen en la ciudad Medusa Multicolor. Paradiso, pompas del adiós lezamiano; ha sido creado en un lapso de espacio tiempo que destierra a las exequias fúnebres tradicionales. En la despedida de CorniSancho primará la celebración por lo alto, la que en vida él mismo encargó con minuciosidad, apersonándose en el taller de escenarios y cuarto de mando de Franz Kinto, colaborando en los detalles del festejo póstumo, como implementar un sol de los venados y la temperatura abrigada de valle interandino subtropical, a lo largo y ancho del magno evento. Café Vía Tarot, Crónicas de Islas Encantadas y La Noche del Búho Argento, son fragmentos que están estrechamente relacionados entre sí por su forma y fondo.  En el exclusivo Café Vía Tarot —o mejor dicho el establecimiento que admite hasta un puñado de invitados a servirse de sus instalaciones—,  se develan por turno y dando la vuelta a las obras pictóricas que tiene el privilegio de guardar el dueño, y de exhibirlas de vez en cuando para  goce de sus amigos, así son objeto de contemplación cuadros como Aya Uma, La Noche o Magia Ancestral. Entre estas jornadas de asombrosos descubrimientos en Café Vía Tarot, se cuecen futuros acontecimientos del Señor A, en las Islas Encantadas.

[Olegario Castro]



Paradiso

“Sólo sabemos lo que recordamos”, era la conclusión délfica de aquella cultura, que andando los siglos encontraría en Proust la tristeza de los innumerables seres y cosas que mueren en nosotros cuando se extinguen nuestros recuerdos.

José Lezama Lima

Paradiso, es una singularidad de la literatura universal, remitida desde la isla mayor del Caribe por el francotirador que no asomó en el mentado catálogo del “boom” de la literatura latinoamericana, como no lo hicieron Borges, Sabato y otros fundamentales escritores de nuestra América. Y no es que los autores del montado “boom” fueran menos que los francotiradores, pues, no hay cartabón para confrontar el nivel y estilo de un Cortázar frente a un Lezama Lima, a manera de ejemplo. Parafraseando a S. Lem, cada quien está en su galaxia con sus luceros titilando en los inconmensurables océanos de la negritud eónica y su eufonía de cuerdas. Las galaxias están para que uno las  alcance y orbite en sus sistemas solares. Y fue un hecho que Cortázar cometió un viaje astral a la desconocida galaxia de Lezama Lima, y lo que descubrió en sus estrellas, nebulosas y gusano negro central que lo arrojó en un santiamén al punto de partida del astronauta, fue excepcional; apenas apearse de la nave, divulgó en la Tierra el hallazgo de la singularidad de Paradiso.

Ganó una pausa, como un pequeño leopardo en un ramaje inquietante.

José Lezama Lima

A transmigración o mejor a metempsicosis (para usar la palabra que conmociona a doña Molly Bloom en su insomnio joyceano), me sabe la madrugada en que conectan el general romano Atrio Flaminio, el insomne paseante de la lunática Habana Vieja y el crítico musical Juan Longo.

Atrio Flaminio, comandante de legiones romanas de ocupación, se enfrenta a la hechicería de la antigüedad griega, que no solo envía contra su ejército a fuerzas ectoplásmicas sino que manda a los demonios del inframundo a que destacen a los muertos en batalla. Los entes infernales echan mano de las partes y/o miembros que les falta, incorporando a sus desechos los restos humanos que hurtan, quizás usando el pegamento mágico o bálsamo de Fierabrás, del cual D. Quijote nos legó la receta.

El paseante en pos del alba es impelido por tres entes hogareños: el sillón móvil, la espiral de risas en la puerta entreabierta y el patio que lo empuja a la intemperie callejera. Rasurado y vestido con traje de oficinista, es sujeto de desvelamiento de los secretos de la Habana Vieja:  aparecidos mezclados con noctámbulos corrientes y extraordinarios. (more…)